El país de los capos


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EL AUTOR es periodista y abogado. Reside en Santo Domingo.
En cualquier otro país que no fuera la República Dominicana, donde los niveles de complicidad abarcan todos los estamentos del poder, hace mucho se hubiera producido un cambio drástico en los organismos de seguridad del Estado por incapacidad, ineficiencia y encubrimiento de los implicados en grandes casos de corrupción, lavado de activo, narcotráfico y crimen organizado.

Un gran capo suele caer cuando las evidencias son demasiado abrumadoras, cuando los organismos de seguridad de Estados Unidos o cualquier otro país lo persigue, lo apresa y lo extradita, de lo contrario no sucede nada. Una mirada retrospectiva así lo indica. En las principales ciudades del país las drogas se venden como pan aliente, públicamente, ante la mirada indiferente y complaciente de las autoridades.
Un país de 48 mil kilómetros cuadrados no puede tener, como tiene el nuestro, más de cien mil puntos de drogas, según los organismos que supuestamente luchan contra su proliferación. Las denuncias de agentes de la Dirección Nacional de Control de Drogas (DNCD) de colocarles drogas a los jóvenes que se niegan a realizar trabajos de micro
tráfico en los barrios son constantes. El negocio de las drogas es uno de los más grandes y lucrativos gracias a la colaboración de funcionarios civiles y militares. Eso lo saben hasta los chinos que vivían en Bonao.
El caso de César Emilio Peralta, El Abusador, no debe extrañarnos. Dicen que por alrededor de 20 años ese señor estuvo delinquiendo y acumulado una fortuna que le permitió adquirir inmuebles valiosísimos: discotecas, hoteles, restaurantes, vehículos, villas en los centros turísticos más exquisitos, etc. Patrocinaba artistas del género

urbano, cubría los costos de candidatos senatoriales, alcaldes y hasta presidenciales.

Coroneles y generales estaban en su nómina para garantizarles impunidad y protección. Por eso nunca fue tocado ni con el pétalo de una rosa. Un círculo militar y paramilitar lo rodeaba donde quiera que se movía. El mote de “César el abusador” no se lo ganó en la iglesia del Santo Niño de Atocha, ni en el coro de los niños de Viena. Y mucho menos en una rifa de aguante.
Ningún expediente en su contra caminó. Sus casos nunca llegaron a los tribunales. Los fiscales no actuaron en su contra. La Policía, menos. César Emilio Peralta, al igual que “Jean Bond”, tenía licencia para hacer lo que le diera la gana, incluso matar.
Además del “vedetismo” del Procurador y de sus cantinfladas frente a las cámaras, habría que preguntarse, ¿por qué las autoridades dominicanas dijeron una cosa y las autoridades de Colombia dijeron otras totalmente distintas? ¿Por qué tantas inexactitudes y “errores” de los investigadores dominicanos?.
Lo que ha pasado con El Abusador –protegido por 20 años- fue lo mismo, más o menos, que sucedió con Malcón, Antonio Florián Félix, Quirino Ernesto Paulino, David Foguereo Agosto, Toño Leña, Marqués y Solano, el rey de la heroína, Manuel Mesa Beltré, el Gringo, Pascual Cordero Martínez, el Chino, entre muchos otros. Solano, según consta en la sentencia de extradición de la Suprema Corte de Justicia, tenía contratos grado a grado con el Estado por más de cinco mil millones de dólares, algo que nunca fue aclarado ni investigado. Todos ellos son arrestado o asesinados luego de una larga y exitosa carrera como narcotraficantes. Los denuncia y los apresa, luego de años de investigación la DEA de los Estados Unidos, no las instituciones encargadas de la seguridad del Estado.
Por eso digo, para ser indulgente, que el presidente Danilo Medina, para escurrir el bulto, debe sustituir a los jefes de las instituciones encargadas de la seguridad del Estado. Lo que ha pasado con el abusador” es una vergüenza.

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