Con justa razĆ³n mi colega lasallista y compaƱero de avatares Manolito GarcĆa ArĆ©valo me llamĆ³ el sĆ”bado bien temprano para decirme: “Te faltĆ³ el Gato FĆ©lix”, reclamo reiterado en la tarde en Movie Max por el querido compaƱero del colegio Don Bosco, Enmanuel Esquea Guerrero. En horas de la noche, Antonio EspĆn me espetĆ³ al entrar al Boga Boga: “Pero JosĆ©, se te quedĆ³ el Gato FĆ©lix y el Llanero Solitario”. Ese dĆa, en el sĆŗper, un caballero desconocido se acercĆ³, muy respetuoso, para cerciorarse si yo era yo. A lo que respondĆ que sĆ, desde que tengo uso de razĆ³n y hasta cuando la pierdo. El motivo se evidenciĆ³ pronto: “DejĆ³ fuera al Gato FĆ©lix. Se olvidĆ³ de Hopalong Cassidy y de Patrulla de Caminos. Por favor, que no vuelva a suceder. SerĆa una ofensa a nuestra generaciĆ³n”. Ese ejercicio de los derechos de lectorĆa del caballero me costĆ³ casi media hora de explicaciones.
El domingo me llamĆ³ desde Miami el primo Oscar Haza portador de una memoria prodigiosa, potenciada por la heredada de su padre Felo Haza del Castillo. “JosĆ©, ¿quĆ© pasĆ³ con el Gato FĆ©lix? No puedo creer que ya no lo recuerdes. Mira, Catita la Gallega se llamaba NinĆ Marshall. Chuck Connors jugĆ³ con el Escogido, no con las Estrellas. Y quĆ© sucediĆ³ con Alfred Hitchcock? No vi al genial cabeza de huevo, mago del suspenso, por ningĆŗn lado.”
No es la primera vez que me pasa. Cuando escribo sobre un cantante, como Tito RodrĆguez, Javier SolĆs, Alberto BeltrĆ”n, me paran en la calle, en los sĆŗper y bares, en las cafeterĆas, en el Club Naco o en las librerĆas, para reclamar la razĆ³n de la omisiĆ³n de tal o cual canciĆ³n. “Imperdonable que no hablara de Inolvidable. QuĆ© pasĆ³ con Payaso. Parece que a usted nunca le gustĆ³ el circo. No mencionĆ³ El Negrito del Batey. ¿Acaso es racista?”. Hasta ahora, he sobrevivido a las embestidas de los lectores.
A todos informĆ© que escribo sobre las series que vi en la tele en los 50. Entre las vaqueradas que seguĆamos tanto en las salas de cine como en la pantalla chica, estaban Hopalong Cassidy, el Llanero Solitario, Roy Rogers, y el Zorro, cuyos perfiles servĆan de modelo para escenificar los episodios, repartiendo papeles entre la muchachada. AprovechĆ”bamos los patios arbolados de Porfirio Morales y Aurora Piantini y la maleza de La Ruina, frente al Palacio. En el patio de los Ricart Heredia construimos “un fuerte” para adelantar la conquista del Oeste y someter a “los indios”. ¡CuĆ”nta alienaciĆ³n! Si Frantz Fanon nos atrapa nos arranca la mĆ”scara del colonizador.
Por catĆ”logo –cuyas Ć³rdenes se manejaban desde el Copello en El Conde- mi madre me complaciĆ³ y encargĆ³ una camisa del Llanero que exhibĆa con orgullo como un verdadero poseso de “la falsa conciencia”. Los paƱuelos del canasto de ropa sucia del hogar de don Porfirio y Luz Morales suplĆan el disfraz a los bandidos. Los palos de escoba eran los caballos. Mientras las tiendas La Margarita, Casa Miguel Ćngel (VelĆ”zquez), Los Cuadritos y la mĆ”s modesta de don MagĆn Domingo en La Trinitaria, suplĆan sombreros, pistolas y cananas. Y los antifaces para seguir enajenĆ”ndonos.
AsĆ cada fin de semana, durante las largas vacaciones de verano y las de Navidad, a jugar a vaqueros ya encarnando a Hopalong, Roy Rogers, Waytt, Marcado, Jesse James, Billy the Kid, Daniel Boone, Cisco Kid. El Zorro -el justiciero enmascarado don Diego de la Vega que luchaba contra la tiranĆa en el Pueblo de Los Angeles en la California bajo dominio espaƱol– era cosa aparte. En su representaciĆ³n utilizĆ”bamos un pedazo de tela negra –muchas veces un refajo- para simular la capa del Zorro, tal como empleĆ”bamos toallas “voladoras” con Superman y Batman. Era nuestro teatro del Oeste, el estudio hollywoodense, casero y tropical. Modesto, pero estimulante, ayudado por “tecnologĆa apropiada” y mucha imaginaciĆ³n.
A estos se sumaron otros seriales. Las aventuras del legendario Robin Hood en los bosques de Sherwood, enfrentado al Sheriff de Nottingham y al PrĆncipe Juan sin Tierra, con apoyo del grande PequeƱo Juan y su banda. AsĆ como la serie Ivanhoe –un noble caballero salido de las pĆ”ginas del clĆ”sico de Walter Scott actuado magistralmente por Roger Moore pletĆ³rico de encanto, envuelto en esa misma dinĆ”mica- difundida por Rahintel. Ambas nos situaron a finales de los 50 en la perspectiva de otros hĆ©roes de factura anglosajona con una visiĆ³n diferente de la justicia distributiva. Era como para ponernos a pensar la cosa social.
De repente, un perseguido por la autoridad que quita a los poderosos ilegĆtimos y reparte entre los pobres, popular por demĆ”s y un noble que se identifica con los oprimidos. Casi un anticipo de los debates sobre el socialismo que tendrĆamos en los 60, tras decapitar al tirano. Fueron como bocanadas de aliento fresco, bronco dilatadoras como el eucalipto salutĆfero del bosque. Y de paso nos pusieron a practicar el tiro al blanco con arco y flecha, a emplear los palos de escoba como lanzas vindicadoras.
Por Rahintel, el innovador canal de Pepe Bonilla, apareciĆ³ otra serie con cancioncita pegajosa: “Este es un rural de Texas/ Jace Pearson se llama Ć©l/ y este es Clay su gran amigo/ inseparable es/ Los Patrulleros del Oeste/ trabajan sin cesar/ por el derecho y la justicia/ los Rurales triunfarĆ”n”. Medio centenar de emisiones actuadas por esta pareja de Rangers. SurgiĆ³ Lanceros de Bengala, narrando las peripecias de dos oficiales del 77 BatallĆ³n de la fuerza imperial britĆ”nica acantonada en la India. Investigador submarino, con el diligente Mike Nelson buceando en aguas profundas para resolver entuertos o salvar vidas. “Hola, soy Lloyd Bridges. Tres quintas partes del mundo estĆ”n cubiertas por agua. Y quĆ© poco sabemos de ese mundo. Les invito la prĆ³xima semana para que vivan una nueva aventura submarina”.
Patrulla de caminos: “20-50, 20-50, llamando a jefatura”. Era el capitĆ”n Dan Matthews radio comunicĆ”ndose desde su auto patrullero, quien al final de cada episodio decĆa: “Recuerde, deje su sangre a un enfermo, no en la carretera”. Para la familia, Pero MamĆ” es quien manda, con 275 entregas entre 1959/66, la rĆ©plica de PapĆ” lo sabe todo.
Hay dos producciones excelentes que no pueden quedar fuera del teclado. Perry Mason, con el veterano actor Raymond Burr protagonizando a un abogado defensor en Los Ćngeles auxiliado por su secretaria y un detective buscador de evidencias para sustentar los casos. Con 271 episodios de una hora, esta serie anduvo 20 aƱos antes en la radio. El personaje fue creado por el abogado retirado Stanley Gardner. Burr –quien actuĆ³ junto a James Stewart y Grace Kelly en el film de Hitchcock La Ventana Indiscreta- retornĆ³ a la TV con Ironside, interpretando a un jefe de detectives de San Francisco que desde una silla de ruedas dirigĆa un formidable equipo, entre 1967/75.
El otro memorable fue Alfred Hitchcock presenta. Estrenado en octubre de 1955 durĆ³ hasta 1962. El maestro introducĆa cada historia con su estilo ceremonioso, vestido de negro. Manejo diestro de la tĆ©cnica fotogrĆ”fica, el ritmo narrativo, el perfil psicolĆ³gico y el desenlace de la trama. Hitchcock mostraba su arte y su artesanĆa, atrapando al auditorio en su hogar. Un verdadero toque de queda desde que surgĆa en pantalla la silueta regordeta que simbolizaba cine de calidad. La esposa sorprende al marido apostando la casa. El juego, prender 10 veces sin fallar un encendedor. Si el contrario falla el esposo le corta un dedo. Al perder Ć©ste el ganador reclama la casa para descubrir que ya no le pertenece. La esposa se la habĆa ganado jugando. Ante la incredulidad del extraƱo, la mujer se saca los guantes y muestra las manos: a ambas les faltaban dedos.
Las series de TV del actor inglĆ©s Boris Karloff –quien desde Frankenstein estuvo asociado en el largometraje a monstruos y temas de horror, al igual que Bela Lugosi, Vincent Price, Peter Cushing y Christopher Lee a los vampiros- nos mantuvieron debidamente aterrorizados, alertas al pasar por algĆŗn callejĆ³n oscuro, atentos a ruidos extraƱos, a celajes y voces del mĆ”s allĆ”. Nos enseƱaron, en una suerte de pedagogĆa horripilante, a poner el pestillo en la puerta del dormitorio, revisar detrĆ”s de las puertas, en los armarios y closets, a mirar debajo de la cama. Dormir con un ojo abierto, para no ser llevados a la dimensiĆ³n desconocida. Justo una serie con este nombre se iniciĆ³ a finales de los 50 y nos trasladĆ³ a los mundos de la ciencia ficciĆ³n, los fenĆ³menos paranormales, las experiencias de contactos del “tercer tipo” entre terrĆcolas y marcianos, en capĆtulos introducidos por su creador, el actor y guionista Rod Serling.
Otra vez se me quedaba el Gato FĆ©lix. QuĆ© bĆ”rbaro, porque fue cartoon pionero en la historia del cine y la tele. Y el primero que vimos en televisiĆ³n, ya que antes Disney nos habĆa familiarizado con su mundo maravilloso de personajes en la pantalla grande a color y Popeye el Marino nos habĆa deleitado hasta mĆ”s no poder. Pero era ese gatito negro, inteligente, malicioso y divertido, dibujado en tinta china por Otto Messmer, el que nos atrapaba con sus ocurrencias. CuĆ”nto debemos a FĆ©lix. QuizĆ” por ello, en tributo, hoy tengo a mi lado cada vez que me levanto, a ĆaƱa, mi cariƱosa gatita negra. Es mucho mejor que amanecer con Boris Karloff al lado.
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